MENOS HORAS, MÁS PRODUCTIVIDAD: EL DESAFÍO DE LA NUEVA JORNADA LABORAL

La recientemente aprobada Ley 21561 reduce la jornada laboral a 40 horas semanales de manera gradual en un periodo de 5 años. Esta reforma ha generado expectativas sobre su impacto en la productividad de las empresas en Chile.

Si bien una jornada más corta podría implicar menos horas de trabajo, también puede influir positivamente en el desempeño de los empleados. Un trabajador descansado, con mayor tiempo libre y menos fatigado, tendría más energía y motivación en su labor.

Estudios internacionales indican que largas jornadas laborales están asociadas a mayor estrés, errores, accidentes y ausentismo. En cambio, horarios más cortos y flexibles favorecen la conciliación trabajo-familia, reducen la fatiga y mejoran la salud y satisfacción del personal.

Algunos expertos plantean que la productividad no depende directamente de las horas trabajadas, sino de cómo se usa el tiempo en el trabajo. Por ello, reducir la jornada podría llevar a los empleados a optimizar sus tareas, concentrarse en lo importante y eliminar tiempos muertos.

Otro aspecto clave es que, con menos horas diarias, los descansos durante la jornada cobran mayor relevancia. Estos permiten recuperar energía, procesar información y mejorar la eficiencia posterior. Descansos más largos y frecuentes influyen positivamente en la labor y sus resultados.

Las empresas también podrían aprovechar la reducción de jornada para rediseñar procesos y turnos, implementando innovaciones organizativas. Una fuerza laboral más pequeña por el menor tiempo de trabajo obligaría a simplificar tareas y ser más productivo.

La incorporación de tecnologías para automatizar procesos rutinarios también sería incentivada. Si bien implica inversión inicial, a la larga aumenta la productividad al liberar a los trabajadores para tareas de mayor valor agregado.

Sin embargo, para que los beneficios se materialicen, la implementación de la jornada más corta debe ir acompañada de una adecuada gestión del cambio en la cultura interna.

Se requiere una transición progresiva, involucrando a los trabajadores y alineando incentivos con la mejora de la productividad. Las empresas deben analizar y rediseñar sus procesos en base a la nueva realidad.

También es clave capacitar a jefaturas intermedias para que gestionen eficientemente el nuevo escenario, motivando a sus equipos y facilitando la adaptación a la transformación.

En paralelo, los programas de entrenamiento para el personal deben reforzarse, aumentando competencias para un óptimo desempeño en menos horas. Esto incrementaría su empleabilidad.

Otra arista importante son los sistemas de evaluación y compensaciones, que deben vincularse a los resultados y desempeño individual, más que al tiempo trabajado.

Si el cambio se implementa y gestiona adecuadamente, con foco en la innovación y el capital humano, la reducción de jornada podría impulsar ganancias de productividad, competitividad e incluso apertura de nuevos mercados. Pero requiere adaptación y puede significar menores beneficios en el corto plazo.

Un aspecto positivo de la gradualidad de la ley es que da tiempo para que las empresas se preparen. Aquellas que aprovechen bien el periodo de transición y recursos disponibles, como capacitación con franquicia Sence, lograrían un impacto positivo de la medida cuando entre plenamente en rigor.

En síntesis, la productividad dependerá de cómo las compañías y trabajadores se adapten e innoven frente al nuevo escenario. Hay desafíos importantes, pero también oportunidades para mejorar procesos e impulsar un círculo virtuoso de mayor eficiencia, compromiso laboral, crecimiento innovador y bienestar general.

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